Las máquinas tragamonedas pueden dividirse, en lo que respecta a los premios, en 2 grandes grupos generales: las que dan muchos premios pequeños y pocos grandes, o las que dan más premios grandes y menos pequeños. No hay una sola manera de programarlas, porque hay jugadores con distintas preferencias, y a todos se debe satisfacer.

Cuando caminamos por un casino notaremos que hay tragamonedas que dan premios con mayor frecuencia y otras con menor frecuencia. La que premios con mayor frecuencia dará premios pequeños; la otra dará premios más grandes. Todas, finalmente, devolverán casi el mismo porcentaje del dinero ingresado en apuestas.

La programación de las tragamonedas se relaciona con el gusto de los consumidores: algunos prefieren ganar premios más pequeños, pero ganarlos con frecuencia, porque les da placer el mero hecho de ganar, no la cantidad de dinero que ganan. Otros prefieren jugar moneda tras moneda, experimentando la emoción de sentir que en cualquier momento pueden convertirse en millonarios. También hay otro tipo de jugadores: aquellos a los que no les interesan los premios y sólo quieren poner monedas y ver girar los cilindros, y van cambiando de tragamonedas en tragamonedas durante toda la noche. Pero éstos son los menos.

La principal diferencia entre los jugadores de tragamonedas y los jugadores de juegos de mesa en los casinos, es que los primeros están preparados para aceptar muchas pérdidas continuas, incluso en tragamonedas con alta frecuencia de pagos. Son pacientes, y no enojan cuando pierden, ni siquiera con ellos mismos. Si tenemos en cuenta que, por lo general, la frecuencia de pago está entre el 9 y el 20%, esto significa que perderemos entre 80 y 91 veces que juguemos. Si le sucediera lo mismo a un jugador de blackjack, por ejemplo, seguramente reaccionaría en forma diferente al jugador de tragamonedas.

La paciencia es lo que hace que muchos jugadores de tragamonedas regresen a sus casas con algo de dinero ganado en sus bolsillos, especialmente los que juegan en máquinas con premios pequeños pero frecuentes. Finalmente, todo consiste en saber esperar.